Cuando Franco me convocó para acompañarlo en la presentación de su nueva novela,
Merlín, el mago de los reyes, me puse muy contenta, por un lado, porque siempre es una alegría y un placer leer una obra suya y, por otro lado, porque me atrae mucho la tradición celta y, particularmente, el personaje de Merlín, que es el mago literario por excelencia. Pero en seguida me puse a pensar cómo encarar esta presentación, de qué forma… porque básicamente suelo leer los textos de Franco desde las emociones y desde el inmenso cariño que le tengo.
A Franco lo conozco desde hace unos años. Lo conocí como editora y, editando sus textos infantiles y juveniles, descubrí a un gran escritor. Fue así que, con el correr del tiempo y a través de sus cuentos y novelas, encontré, además, a una persona muy especial y también a un amigo. No obstante, trataré de que las emociones no me venzan y pueda hablar de la novela no solo desde el afecto hacia Franco y la alegría de leer un nuevo libro, sino también desde una perspectiva analítica.
Para comenzar no puedo dejar de mencionar que habiendo leído varios libros de Franco es inobjetable que todos se caracterizan por la construcción dedicada de los personajes. En este sentido, Franco ha construido personajes que para mi punto de vista son inolvidables como los detectives entrañables de la talla de Rogelio Alter o Armando Stori, o chicos aventureros como Valentino Bravard, el protagonista de La noche del
meteorito, o Charles, el valiente periodista de
El holandés errante. Pero también se viene animando con los clásicos, como Eneas, Ulises, Frankenstein, Drácula, y ahora con Merlín.
Es sabido que trabajar con personajes clásicos implica un gran desafío pues se requiere de un escritor avezado, con oficio, experticia e imaginación para recrearlos. En efecto, son muchas las tareas que demanda escribir acerca de un personaje clásico. En el caso específico de Merlín era necesario construir su origen, llenar las hojas en blanco de su infancia y modelar los espacios inciertos de su vida, para conformar y llegar a la esencia del personaje. Y en este punto voy a hacer referencia a la idea cada más extendida de que actualmente los géneros tradicionales de la veracidad, como los del periodismo, son puestos en duda y, por el contrario, lo que genera más certezas en el lector ha pasado a ser el arte y la literatura. Y considero que ahí se encuentra uno de los puntos más sólidos y atractivos de esta novela. Se trata de una ficción verosímil, en la que el lector rápidamente puede confiar, en la que simple y maravillosamente cree.
Para lograr esto, en la novela se despliegan diversas estrategias. Entre ellas es importante destacar dónde está puesto el foco. Tradicionalmente, la historia de la literatura ha presentado la figura de Merlín como subsidiaria. Si bien es cierto que Merlín es importante en la cultura celta y en la mitología de la antigua Britania, y se ha consolidado como el prototipo del mago, siempre aparece subordinado a la figura de los reyes y particularmente al Rey Arturo.
Pero esa cosmovisión se ve en la mayoría de las mitologías. Efectivamente, la figura del mago, del hombre sagaz, inteligente, del personaje que colabora con los héroes es una construcción que encontramos en la mitología en general. Si nos remitimos, por ejemplo, a la mitología griega, sucede algo similar con Dédalo. Dédalo es el ingenios
o y el sabio: quien diseña la vaca de madera para que Pasífae concrete su pasión por el toro blanco de Poseidón, de cuya unión nace el Minotauro; luego es Dédalo quien diseña el laberinto donde después van a encerrar al monstruo; posteriormente es el que le da la idea del hilo a Ariadna para que Teseo pueda salir del laberinto una vez que haya matado al Minotauro y finalmente fue Dédalo quien diseñó las alas para volar y escapar de la isla junto a Ícaro. Es así que la mitología presenta personajes hábiles e inteligentes pero a partir de una ideología basada en la acción física y guerrera los dejan en un segundo plano.
En cambio, Franco acá le da el lugar central que merece el sabio Merlín, y aborda la mitología desde otra mirada, con otra perspectiva.
La historia no se construye ya a partir del rey Arturo en tanto héroe, sino que Merlín es el centro. Y eso es lo valioso. El foco no está puesto en el personaje que lucha, en el guerrero, en el hombre con poder político, sino en el guerrero del pensamiento y de la magia. Esta, sin dudas, es una de las innovaciones de la novela. A través de una nueva mirada, de una nueva literatura, los personajes antes subsidiarios, secundarios, ahora son revalorizados.
En este sentido, la novela brinda la oportunidad de pensar la mitología, la historia, la literatura desde otro lugar, desde un centro que antes era periferia.
Por otra parte pero en relación con esto, es muy interesante cómo Franco reconstruye a Merlín. Primero, le da un origen misterioso y un principio oscuro (pues nace sujeto a un presagio de muerte), le da una madre amorosa y una niñez complicada, en la que Merlín a través de la magia deberá vencer la injusticia. También le da un hogar: el bosque, que para los celtas es el espacio sagrado de los espíritus y de santidad, pero que trasciende el lugar meramente físico. Como dice la novela, Merlín “ya no se sentía lejos de ninguna parte. Ahora era simplemente común a todos los lugares. El mundo era su santuario”.
También el autor le traza un sendero, funda su camino del héroe. Y además le da un amor, el hada Vivian. Y así aparecen frases románticas inolvidables. Ella le pregunta: “¿Me enseñarás el hechizo para atrapar a un hombre por siempre?”. Y Merlín le responde: “Haz esto que ya hiciste conmigo. Haz que se enamore de ti. No necesitas aprender nada”.