3 de julio de 2010
Charlando la charla
Desde que conocí hace unos años a Márgara, suelo pensarla y sentirla como una voz. Una voz, que al principio, cuando fue mi profesora en la facultad, me acercaba historias de escritores norteamericanos que yo desconocía y que en muchos casos ni siquiera sus nombres me sonaban familiares. Así, a través de ella, descubrí las voces de esos otros, de ciertos escritores pertenecientes a minorías (indígenas, negros, mujeres, judíos) que solían tener poco espacio en los ámbitos académicos y que Márgara no dudaba en darles un lugar central. En ese momento ella era una voz que me permitía acceder con entusiasmo a esas otras voces tan valiosas y tan olvidadas. Luego, con el correr de los años y ya recibida, empecé a trabajar como editora y a especializarme en literatura infantil y juvenil, y durante ese trayecto descubrí a Márgara como escritora. Con una inmensa felicidad, fui recorriendo su obra para chicos y adolescentes, y así pude llegar a oír su voz como narradora. Como no podía ser de otra manera, se trataba de una voz con un estilo y una poesía contundentes, pero que no se configuraba unívoca ni monolítica, sino que se constituía a partir de la diversidad de puntos de vista y otredades. Esa voz profunda, polifónica, colectiva que define la obra de Márgara, es la que también emerge en esta, su nueva novela, La Charla, editada por Pictus.
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